Tres excepcionales intérpretes cubanas logran lo imposible: tocar con violoncelo, flauta y piano un arrabalero tango de Astor Piazzolla --Las cuatro estaciones porteñas-- como si cada instrumento fuera el más auténtico bandoneón, raptado al centro del trópico desde cualquier conventillo bonaerense.
Escucharlas en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, en la capital cubana, es como despertar de un trance, como si haber tocado con las yemas de los dedos la maravilla fuera don común a todos.
Las fintas, equilibrios increíbles, congelamientos súbitos y sorprendentes, el desatado e instantáneo alud de brillantes sonidos de esta apasionada música, ellas los asumen con tal prestancia que el espectador alucina por seguir las evoluciones de cada una simultáneamente.
Parece cosa de embrujo asistir al hecho artístico en el cual estas tres atildadas damas se convierten en vacantes del rito donde la música traduce la atmósfera, climática y espiritual, de un singular sitio del mundo.
La pajarera flauta de Niurka González, en la justa excelencia histórica de ese instrumento en Cuba, imprime la aérea condición de la obra de Piazzolla en gorjeos agudos o sordos que no parecen humanas creaciones sino sobrenaturales lenguajes.
El visceral celo de Amparo del Riego dota a la pieza de tan humanas voliciones que, con su arco tan plural y sus vertiginosos dedos, hace murmurar las cuerdas: cantan, gimen como fibras de alma atormentada o exultante.
María del Henar Navarro en su fabuloso teclado, crea la base, apoya o se lanza a la aventura en plataforma desde la cual la palabra imposible perdió totalmente su significado.
Por ello, cada vez que estas tres damas se dispongan a tocar cualquier obra, debemos estar prestos a acudir, porque pocas veces nos está dado comulgar con lo extraordinario como si fuera el más cotidiano y esencial soplo vital.
Fuente Por Octavio Borges Pérez. Periódico Girón. http://www.giron.co.cu/Articulo.aspx?Idn=6386&&lang=es