Cuando parecía que ya todo estaba dicho en el III Festival de Música de Cámara Leo Brouwer, el concierto de clausura dio una nueva vuelta de tuerca al evento, con un programa que tomó como escenario la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, donde cobró protagonismo el repertorio de este prestigioso músico cubano y su notable influencia en las obras de muchos de los compositores e intérpretes que vinieron detrás de él. \r\n\r\nEl alma de la última fecha, en la que se entregó el premio Espiral Eterna al chelista Alejandro Martínez, fueron tres piezas de la autoría de Brouwer interpretadas por la Orquesta de Cámara de La Habana, acompañada por una selección de solistas de acreditado alcance en estas lides. \r\n\r\nDe una punta a la otra, el programa, dedicado a la familia Nicola, se convirtió en una apretada síntesis de los deslumbrantes mundos interiores del autor de Noneto a Cummings. Su diseño sonoro permitió establecer contacto con esa zona íntima que habita cuando se queda a solas consigo mismo y decide descargar su conciencia musical en obras que ya son verdaderos testimonios de su inquieto genio creativo. \r\n\r\nEl concierto despegó con Balada para flauta y orquesta de cuerdas, que suscitó un continuo diálogo y entendimiento entre la flautista Niurka González y los virtuosos integrantes de la Orquesta de Cámara de La Habana. La instrumentista dio muestras de su magnífico potencial, con un sonido terso y claro, que hizo brillar el universo brouweriano.\r\n\r\nDesde el principio, el maestro cubano se situó al frente de los músicos con la misma pasión que ha sido una constante en su trayectoria. Con una obra de marcada resonancia internacional, mostró que aún extiende sus dominios con esa ilusión alegre de destellos y luminosidad propia de un niño. Movía sus manos como aspas mientras lograba poner al máximo los notables recursos interpretativos de los músicos bajo su mando. Y los instrumentistas le secundaron con una ejecución de envergadura que también llegaba desde lo emocional.\r\n\r\nEl segundo título, Doble concierto Omaggio a Paganini para violín, guitarra y orquesta de cuerdas, resultó una especie de obra coral de los más recónditos parajes por los que transita el alma humana, y reveló en todo su esplendor el talento del violinista Manuel Guillén y del guitarrista Marcos Tamayo. \r\n\r\nRecreada magistralmente por la Orquesta de Cámara y los solistas invitados, se ganó de golpe el corazón de los espectadores con un sonido de extraordinaria belleza. Un sonido que delineó las hondas e insondables emociones que surcan ese lugar secreto de la existencia donde cada hombre es un hombre, como diría Mark Twain. \r\n\r\nTras este título de elevada altura expresiva y estética, la última pieza de la noche, El libro de los signos, escrita por Brouwer en el 2003 para dos guitarras y orquesta de cuerdas, exhibió varios de los evidentes signos que han definido su trayectoria y que ya son como una "marca de la casa": desde algunas melodías que podrían evocar la influencia de Los Beatles en su obra, pasando por su increíble ingenio para desarrollar todo lo que pueda aportar a la música planteamientos novedosos, inteligentes y honestos, hasta esa personalidad llena de soltura y sencillez que da realce a su figura.\r\n\r\nLa pieza, distribuida en tres movimientos y estrenada por primera vez en Cuba, estuvo bien atendida por las hábiles manos de la guitarrista española Anabel Montesinos y el cubano Marcos Tamayo, un dúo que sentó cátedra durante el Festival. Los músicos, junto a la Orquesta de Cámara de La Habana, se aplicaron a fondo para cerrar este espectáculo, en el que cobraron vida muchos de los méritos que han llevado a los altares de la música universal a ese imprescindible compositor cubano que es Leo Brouwer. \r\n\r\nFuente: Por Michel Hernández. Granma, Culturales\r\nDisponible en: http://www.granma.cubaweb.cu/2011/10/11/cultura/artic03.html\r\n