Poco falta para que la IV Edición del Habana Clásica culmine. No sería un atrevimiento decir, desde ya, que ha sido un éxito rotundo. La asociación de Marcos Madrigal como Director Artístico, la Embajada de Suiza en Cuba como donante líder, La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y su Gabinete de Patrimonio Musical, entre muchos otros amigos, ha sido la fórmula para que esta edción fuera especial. Merecido, luego de una pausa de dos años.
Mucho se ha escrito, además, de cada concierto, de los Compositores en Residencia, del programa a presentar, de Brindis de Sala. Sin embargo, la presencia femenina en el Festival atraviesa los escenarios, no solo por ser mayoría entre intérpretes, productoras, directivas, sino por contar con la presencia de mujeres que engalanan la ocasión y que el público cubano reconoce fácilmente, pues han logrado colocarse en un lugar fundamental dentro de nuestras sensibilidades.
Tal es el caso, por ejemplo, de Niurka González. Más que su instrumento, sus dotes musicales han acompañado gran cantidad de momentos históricos, las giras del cantautor Silvio Rodríguez, las interpretaciones de la mano del Maestro Leo Brouwer, o las piezas que José María Vitier compone pensando en su flauta. Profesora de la Universidad de las Artes. Niurka sube al escenario, siempre delante, con sus trajes que caen hasta el suelo, y el auditorio se silencia para escuchar la sutileza de sus melodías. Niurka nos regala la justa primera nota del Festival Habana Clásica, y nos dará la de clausura, el domingo 20 de noviembre, con sonoridades mozartianas.
Lissy Abreu Ruiz ha salido muy joven de Cuba. Un don descubierto con premura ha sido la causa. Ha llevado sus estudios a la Academia sueca y recorrido algunos de los más importantes escenarios del mundo. Acompañada de su hermana, Ariadna Abreu, guitarrista clásica, Lissy viaja con Cuba a cuestas. Por ello, junto a Marcos Madrigal, dirige este Festival, devolviéndole a su público natal un poco de lo que lleva y trae por el mundo. Se nos presentó de muchas formas a lo largo de varios días de agitación, pero su solo de violín en el homenaje a Brindis de Salas, tocado a la Virgen de La Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, vestida de blanco, bajo el halo sacrosanto de la Iglesia de San Francisco de Paula, quedará guardado como una de las imágenes sonoras más hermosas del festival.
Suele ser masculina la imagen que ubicamos al centro de una orquesta. En Cuba, grandes Maestros han ocupado ese espacio, muchos de ellos presentes en esta IV edición. Pero las excepciones nos deleitan con mujeres de cuerdas. La Maestra Daiana García, batuta en mano, de espalda al público, dibuja con sus manos la sonoridad de la Orquesta de Cámara de La Habana. Daiana, más allá del manejo sublime de sus obras, nos ofrece la imagen de la mujer ocupando el espacio que le corresponde. Dirige las cuerdas para revivir a su compositor, con una gestualidad que va más allá de las partituras, presentaciones casi performáticas, como quien desafía su tiempo. Daiana, Directora de la Orquesta de Cámara de La Habana, madre de dos niñas que recién suben a los escenarios es, desde ya, una imprescindible de nuestros escenarios musicales.
La noche del sábado 12 el público llenaba La Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, lugar que acogió mucho más que espectáculos musicales en esta ocasión. Al violín del Maestro Sitkovetsky acompañaba una voz habitual de obras que han quedado en nuestra memoria musical. Como en el Ave María en Misa Cubana, la voz acompañada con piano y tambores, Bárbara Llanes enmudece al público con sus interpretaciones. La melancolía de su voz de soprano y la prestancia en el escenario, todo recae en su lirismo, como proporciones áureas. Levita sobre el violín y la Orquesta, el público, en ovación, insiste para escucharla una vez más. Bárbara, con mirada perdida y rostro teatral, regresa al violín para cantar el último aria.
La ruta de la música clásica habanera suele innovar desde lo conocido. Si uno presta atención, comienza a personalizar instrumentos y relacionarlos con cierto color sonoro. La viola de Anolan González, por ejemplo, acompaña proyectos de cámara y sinfónicos y es musa de muchos Maestros de la composición. Su interpretación ha sido parte de formatos pequeños y así, un oído poco entrenado le distingue mejor. Esta vez, en quinteto con obra de Hubert de Blanck, en el Oratorio San Felipe Neri, se estrenó para el festival. Anolan tiene el manejo de Maestros, el sonido grave de su viola es único e infaltable en nuestros escenarios.
Karla Martínez también nos llega desde lejos. El Festival es su casa, La Habana lo es y, en el corto período de una semana, interpreta al piano obras de Piñera, de Hubert de Blanck, de Nicola Sani y nos regala, en sus formas más íntimas, algo de su disco Cuba: piano contemporáneo. La juventud de Karla tras el piano, la gravedad de su rostro ante la partitura, demuestra, como si hiciera falta repetir la sentencia, que en los jóvenes músicos cubanos el talento germina y crece, listo para recorrer el mundo y regresar a casa, una y otra vez.
Y, como tantas mujeres, lo artístico alterna con lo femenino. Lo que ha sido media vida en el escenario, toma una pausa temporal para entregarnos a la maternidad y a la creación de una familia. A los escenarios habaneros nos llega el violín de Lisbet Sevila que, con su gravidez a cuestas, nos regala sus mejores melodías. Esta vez lleva en sí más que música, lleva la figura del vientre materno, en el que el arte se ve representado de muchas formas y la feminidad se expresa de forma figurativa.
No bastará el papel para tantas menciones. Acaso enlistar nombres de todas las mujeres que de una forma u otra han estado moviendo los hilos para que la IV Edición del Festival Habana Clásica cumpla todas las expectativas, de ambos lados, dentro y fuera de los salones. Lo femenino ocupa el lugar que corresponde, justo al centro de la creación para, de la mano de todos, regalar al patrimonio musical cubano, momentos inolvidables que, por esta vez, culminan, para darse encuentro el año siguiente con el mismo entusiasmo y conservando la esencia misma, el tránsito a la belleza para un país que tanto lo necesita.
Por Adriana Fonte Preciado
La Jeringa
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